Hay algunos cuyo pensamiento es invariable e irreversible.
“O haces lo que yo digo o estás contra mí. Lo que yo digo y pienso es la única verdad, lo demás son falsedades o tonterías.” Este tipo de razonamiento define a las personas autoritarias: un pensamiento dicotómico y rígido. Para ellas todo es blanco o negro, bueno o malo, o estás a su lado o estás en su contra. Evalúan lo que les rodea en base a conceptos muy extremos o polarizados.
Los términos absolutos no abundan, tanto como pensamos, en nuestro universo social. Es decir, la experiencia siempre nos acaba demostrando que la felicidad absoluta, por ejemplo, no es posible. Y que el ser humano nunca es completamente bueno ni totalmente malvado. Nuestra realidad es cambiante, compleja, está llena de matices, y ser capaces de aceptar toda esa variabilidad es clave de bienestar e inteligencia. Sin embargo, hay quienes se empeñan en que todo se ajuste a un esquema rígido y estable para que, así, todo quede bajo control.
El pensamiento dicotómico es el resquicio de un pasado donde abundaron en exceso las dualidades inventadas (una raza superior a otra, un género más fuerte que otro). En cierto modo, pensar en términos absolutos resulta mucho más fácil, no requiere esfuerzo. Muchos ven las cosas en términos de bueno o malo, de correcto o incorrecto, sin apreciar los matices intermedios, esos que, a menudo, con un poco más de detenimiento y empatía, nos permiten ver una realidad más amplia y rica.
Hay algunos cuyo pensamiento es invariable e irreversible. Parece que la mente dicotómica es común en personas narcisistas y con baja autoestima, que presentan además un comportamiento autoritario. Son quienes necesitan tenerlo todo bajo control y tienden a devaluar a todo aquel que piense de manera opuesta a ellos.
Las personas autoritarias proyectan esa sombra que siempre está al acecho en muchos de nuestros escenarios cotidianos. Ya sea en el nivel familiar, empresarial o en la esfera política, este perfil se reconoce al instante por el uso y el abuso del poder. En la mente de los “poderosos” habitan los prejuicios y la necesidad de dominación, así como el cinismo, la moral de doble fondo y la intolerancia. Las personas autoritarias y la necesidad de poder, ya sea en la escena dirigencial o en la intimidad de un hogar, siempre puede estar presente.
Para las personas autoritarias, quien asume sus mismas perspectivas, valores y opiniones estará en el buen camino. Y quien muestre alguna discrepancia u opinión alternativa a la suya será un enemigo potencial. Sus inclinaciones políticas, su religión o incluso su equipo favorito son como templos intocables que los demás deben respetar y asumir con la misma veneración.
Todo lo mío es lo mejor: mi país, mi cultura y mi idioma. Esta actitud y este esquema mental provoca que se lleven a cabo comportamientos discriminatorios y ofensivos. Racismo, etnocentrismo, idearios nacionalistas, fanatismo. Sin embargo, su liderazgo no es democrático. Es agresivo, carece de empatía, busca satisfacer las propias necesidades y dispone además de una tolerancia muy baja a la frustración. Ello hace que el individuo sea incapaz de ver realidades.
Las personas autoritarias viven rodeadas de puro artificio. A simple vista se imponen y puede que hasta nos asusten. Suelen colocarse en altos pedestales, lo sabemos; pero la base que los sostiene es tan débil que basta con escuchar sus argumentos para descubrir que tras ellos hay una mente hueca, yerma de ideas y razonamientos sólidos. Desafiados, sólo se apresuran a gritar, a ofender o a mentir. Ya lo decía José de San Martín: “La soberbia es una discapacidad que suele afectar a pobres mortales que se encuentran de pronto con una miserable cuota de poder”.
“Un día el león hizo que se reunieran todos los animales del bosque y de la montaña. Cuando llegaron ante él, el pregonero se subió a un árbol y gritó la proclama: -Orden del Rey León: todos los animales, de todo género, especie y tamaño, deben reconocer al león como rey, rindiéndole obediencia. Quien se niegue será castigado.
Se escuchó un gran murmullo en la asamblea de los animales; después una vocecita se alzó protestando. Era el portavoz de las hormigas guerreras: -Nosotras no aceptamos. En nuestra tribu, nuestros antepasados nos dieron una reina y nosotros sólo obedecemos sus órdenes.
El león, con un rugido desafiante, respondió: -Tendrán su castigo.
Todos se dispersaron. Las hormigas se reunieron desde los cuatro puntos cardinales. Se preparaban para la gran batalla. Volvió el león, majestuoso, con su familia. Y entonces el ejército de hormigas entró en acción. De la hierba y de las hojas llovieron sobre los leones, treparon por sus patas mordiendo con fuerza. Los leones rugían de dolor, se tiraban sobre la hierba para frotarse; intentaron escapar, pero no podían luchar en la oscuridad contra el enemigo omnipresente.
A la mañana siguiente un buitre, pasando en vuelo rasante, vio esparcidos los esqueletos desnudos de la familia de aquel que había querido imponerse como rey absoluto de los animales. Y continuando su camino solitario pensó que los poderosos no deberían nunca despreciar la fuerza de los pequeños cuando se unen.”
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